Día 9 de junio de 2013, he quedado con los amigos acuarelistas de Jaén para ir a pintar al aire libre. El lugar es un pueblecito de Jaén, cerca de despeñaperros y por tanto cercano a la zona donde tuvo lugar la batalla de las Navas de Tolosa. Al ser esta una zona de frontera en la España medieval y, al ser una atalaya desde donde se divisa en la lejanía un mar de olivos, los moros construyeron una fortaleza.
En Baños de la Encina, que así se llama el pueblecito, están muy contentos de que su, casi milenario castillo, halla llamado la atención en Europa por su antigüedad y estado de conservación. El resto del pueblo, con sus cuestas y sus blasonadas casas nobiliarias, forman una estampa que encuadran al castillo y a su impresionante iglesia. Más abajo, el frescor del pantano del Rumblar, de las hoyas y de los rincones sombríos. En lo alto el hotel, desde cuya terraza se divisa en todo su esplendor el castillo con sus quince torres y donde pudimos disfrutar, tranquilamente de una cervecita bien fresquita con su correspondiente tapa. A lo lejos la serranías de Sierra Morena.
El olor a molino de aceite, a jara y tomillo, a monte, se retuerce entre el nublado frescor que envuelve el cielo gris.
Llego con un poco de antelación por que aún no me he acostumbrado a pasar este Despeñaperros de viaductos y túneles a 120 Km/h. Mientras espero al grupo me doy una vuelta por el pueblo para distraerme.
Recorrí en poco tiempo las principales calles y cuestas. Si me crucé con diez personas en este matinal paseo de reconocimiento, diez personas que me dieron los buenos días. Así de amable es esta gente de pueblo.
Cuando llegó el grupo procuramos colocarnos en ubicaciones cercanas para charlar de vez en cuando mientras pintamos y, así pues, y con variados temas, nos aposentamos en la plaza. Y allí, con la tranquilidad que da la mañana de domingo de un pueblecito que aún no ha sido convocado por las campanas a la misa, trazamos nuestras primeras líneas y encauzamos nuestras obras. Así de tranquila transcurrió la mañana hasta que la gran campana de la torre comenzó a voltear y a llamar a los feligreses, la plaza y los alrededores de la iglesia se llenó de pequeños grupos que se dirigían rápidamente a misa y no molestaban en absoluto. Algún curioso se acercó y, con mucho cuidado y respeto preguntaba. - ¿Es esto algún concurso de pintura? -No señor, somos un grupo de amigos que venimos a pintar su pueblo. En todos se notaba un orgullo grande por ese castillo que edificaron sus ancestros. Ha elegido usted la vista más representativa del pueblo. -Gracias, pero cualquier vista es preciosa. El chorrito de la fuente con su contínua canción nos acompañó durante toda la mañana. Un poco antes de las dos de la tarde vi como mis compañeros recogían bártulos y yo tuve que hacer lo propio a mi pesar porque tenía la obra a medias. ¡Hala! ¡A comer!
Nos trasladamos al hotel, donde nos esperaba Antonio (Tito Livio) y lo primero e inexcusable para todos, después de aguantar toda la mañana escuchando el chorrito de la fuente de la plaza, fue la visita a los servicios.
Las vistas desde la terraza eran espectaculares en todas las direcciones y dentro, en el comedor también y allí nos contamos nuestras experiencias técnicas e intenciones artísticas con las obras que habíamos hecho -en mi caso, medio hecho- y nos dispusimos a comer.
Buena comida de caza, buen vino y buena conversación hizo detenerse el tiempo.
Llegó pues el momento de la despedida :
Hasta pronto Teresa y José Antonio, Chonci y Antonio, Francisco, Valdivia y Julián.
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