Llegamos a Almonacid en una tarde calurosa de septiembre y, al no conocer el camino de acceso al castillo, dejamos el coche en el pueblo y nos dirigimos a él , yo creo que por el camino peor de todos. Tomamos una cárcava de escorrentías de aguas y teníamos que avanzar con las manos y los pies, lo hicimos durante un buen tramo. Por fin llegamos a un camino que avanzaba hacia la derecha y que no parecía ir al castillo y, mirando hacía la fortaleza nos sentimos muy machotes, y decidimos ir subiendo monte arriba hasta aquellos muros que no nos parecían tan lejanos.
Fue un error porque la empinada cuesta hacía alejarse el castillo conforme avanzábamos y, a mí, particularmente me faltaba el resuello. Llegué a tocar los muros sudando y con el corazón a todo galope.
Desde allí , desde la base de la muralla, la vista se extendía en lo ancho y en lo profundo, llegando a avistar la lejana Sierra de Gredos. Desde allí, también se divisaba el próximo castillo de la linea de frontera que era el de PeñasNegras en la población de Mora. A nosotros, desde lo alto de aquellos derruidos muros, se nos antojaba ver las señales de humo del castillo vecino anunciando una agresión almohade.
Nos relajamos, merendamos a la sombra de esos murallas ruinosas y, tras ello, nos dispusimos a inspeccionar los recovecos de esa, en otros tiempos, magnífica construcción. Hicimos fotos y algún apunte que posteriormente y con un poco de fantasía, se transformaron en esta acuarela.
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